Opción por los pueblos indígenas
Por Matías Viñas
“En este contexto, como Iglesia,
sigue siendo necesario crear o mantener
una opción preferencial por los pueblos indígenas”
(DF 27).*
La Amazonía es agua y viento.
Agua y viento es espíritu.
Espíritu es vida.
La vida es Dios.
Dios vive y danza en la Amazonía,
es espíritu, agua y viento.
La Amazonía es yuca, tabaco, coca y ayahuasca.
La yuca, el tabaco, la coca, la ayahuasca tienen espíritu.
Espíritu es vida.
La vida es Dios.
Dios vive y dialoga en la Amazonía,
está en la yuca, en el tabaco, en la coca y en la ayahuasca.
Agua y viento es espíritu.
Espíritu es vida.
La vida es Dios.
Dios vive y danza en la Amazonía,
es espíritu, agua y viento.
La Amazonía es yuca, tabaco, coca y ayahuasca.
La yuca, el tabaco, la coca, la ayahuasca tienen espíritu.
Espíritu es vida.
La vida es Dios.
Dios vive y dialoga en la Amazonía,
está en la yuca, en el tabaco, en la coca y en la ayahuasca.
Todo está conectado
y Dios está misteriosamente
presente en toda la Amazonía.
Los pueblos indígenas de la Amazonía saben mirar el agua y saben mirar a través del agua. Saben escuchar al viento, sus voces, sus cantos, sus mensajes. Saben discernir los espíritus y vivir en armonía con ellos. Por eso danzan. Los pueblos indígenas saben la vida en la Amazonía, son sabios de vida.
Los pueblos indígenas de la Amazonía saben comulgar con el masato, el ambil, el mambe, el mapacho, la ayahuasca. Saben discernir los espíritus y vivir en armonía con ellos. Por eso dialogan. Los pueblos indígenas caminan desde y hacia el buen vivir.
Con naturalidad el Espíritu entrelaza a los pueblos indígenas amazónicos con Dios. Con naturalidad el Espíritu entrelaza y hace danzar, pone en diálogo a la Palabra, a la Vida, a la Luz, al Agua Viva con los pueblos indígenas. El Espíritu los hermana, los “amiga”, los enamora.
Histórica, cultural, teológica e institucionalmente la iglesia no ha sabido mirar desde los ojos de los indígenas y no ha sabido escuchar al Viento. No ha sabido danzar, ni reconocer este diálogo del Espíritu entre la Vida misma y los pueblos indígenas. Al contrario, rompió la danza, calló la palabra indígena y quiso cortar el diálogo vital y amoroso entre la Vida y los pueblos para imponer un monólogo. Aún así, hubo algunas personas de la iglesia y del Espíritu que nos precedieron y dejaron esta tierra danzando, y otras, que por la palabra indígena, dieron la vida.
Pero los pueblos resisten, el Espíritu sopla y con la Vida siguen danzando y dialogando.
Los misioneros y misioneras traemos este bagaje histórico, cultural, teológico e institucional. Es un bagaje tan grande que nos cuesta tomar noción de todo lo que traemos. Es un bagaje que está impregnado en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestra alma también. Es parte de nuestro modo de ser, es parte de nuestra espiritualidad, es parte de nuestras opciones más profundas, es parte de nuestro sentir misionero. Por lo tanto, no se trata de si es malo o es bueno. Es más, seguro que es bueno y tiene mucho de verdadero y bello, de vida de Dios en medio de nuestro pueblo. Pero es un bagaje que en la Amazonía nos impide danzar. Podríamos preguntarnos “¿para qué quiero acercarme a los pueblos indígenas?” Porque si nos seguimos acercando a ellos según nuestra propia vida (según nuestra cultura, formas, tiempos, espiritualidad, filosofía...) y desde nuestra misión (con sus concepciones, lenguajes, métodos…), y por lo tanto con este bagaje, corremos el riesgo de volver a acallar la palabra y a imponer un monólogo, aunque muchas veces sin saberlo y sin quererlo.
Ahora, si reconocemos este diálogo del Espíritu entre Dios y los indígenas y queremos ser testigos de esta danza, a la vez que escuchamos a los pueblos que nos dicen “queremos que nos visiten”, “queremos que vivan con nosotros”, “queremos que sean nuestros aliados”, nos preguntamos ¿cómo podemos entrar en ese diálogo del Espíritu entre la Palabra, la Vida y los pueblos indígenas? ¿Será que podemos deshacernos de este bagaje? ¿Es posible hacer eso? Seguramente de algo sí: nos tocará desaprender. Pero seguramente, de muchísimo no. Entonces, si no podemos deshacernos de todo el bagaje, pero no queremos acallar la palabra y queremos entrar en ese amoroso diálogo entre la Palabra de vida y los pueblos indígenas, nos toca hacer una opción, elegir, arriesgarnos.
Una opción por abrirnos a una vida nueva. Una opción a nacer de nuevo. Una opción por transitar nuevos caminos. Una opción de transformarnos en hombres y mujeres del Espíritu que no sabemos de dónde venimos ni a dónde vamos. Una opción por la apertura a nuevas sabidurías. Una opción por “sentarse, escuchar y aprender” no en una visita, sino durante años. Una opción por la misión de Dios que nos hermana, nos “amiga”, nos enamora con los pueblos indígenas. Una opción de conversión. Una opción que nos enseñará a danzar y nos invitará a dialogar. Un opción por un nuevo “para qué”.
Así, la opción por los indígenas, no nacerá institucionalmente sino carismática y evangélicamente. Será del Espíritu. Será de total apertura. Será dialogando, será renaciendo, será con permanencia en el territorio, junto a la Palabra de vida y junto a los pueblos indígenas.
Una opción eclesial por los indígenas es personal y comunitaria, porque el Espíritu va entretejiendo rostros y así la danza, el masato, el diálogo y el mambe, van haciendo familia. Por eso una opción por los indígenas es del Espíritu, que sopla desde abajo y desde allí invita a la iglesia institución a dar un paso y también a una conversión: ofrendar a los pueblos tiempo y espacio para danzar y dialogar y ofrendarles misioneros y misioneras que quieran “sentarse y escuchar”.
* DF - Documento Final del Sínodo Especial para la Amazonía
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