Por Roberto Carrasco, OMI
El último 28 de febrero, en un panel organizado por el CELAM, denominado: La reforma de la Iglesia a la luz de las conclusiones del sínodo sobre la sinodalidad, escuchamos al teólogo, Dr. Agenor Brighenti, quien como panelista presentó que en medio de este proceso hay factores que están extrangulando la sinodalidad y la están asfixiando. Habló de cuatro, pero aquí, nos enfocaremos en los tres primeros (intento recoger las ideas expuestas por el panelista).
LA SACERDOTALIZACIÓN DEL CRISTIANISMO
Desde los primeros siglos del cristianismo se asume los patrones de la religión sacrificial presente en el judaísmo y en las religiones paganas. A finales del siglo IX con la reforma de Carlomagno: se da el paso de la Iglesia doméstica a la Iglesia de los templos. Un culto en los modos sacrificiales. En lugar del memorial de la Pascua de Jesús en una cena, aparece la celebración en forma de un sacrificio, en lugar de una asamblea toda ella sacerdotal.
El sacrificio celebrado es por el sacerdote, el único celebrante. En lugar del presbítero aparece el sacerdote del altar. En lugar de una Iglesia insertada en el mundo, aparece una Iglesia refugiada en un espacio del sagrado. En lugar de una Iglesia formada por todos los bautizados, un pueblo profético, regio y sacerdotal, aparece una Iglesia estructurada en el binomio clero - laicos.
El clero es el polo activo de la Iglesia, fuente de toda iniciativa y poder, mientras que los laicos son el polo pasivo que viven en un mundo profano y deben obedecer dócilmente al clero.
Entonces, la Iglesia se convierte en aquellos que tienen el poder sagrado, la jerarquía, el clero, los sacerdotes en el espacio de lo sagrado.
UNA IGLESIA JERÁRQUICA PIRAMIDAL
Este segundo factor viene como consecuencia de un cristianismo sacerdotalizado. Una Iglesia reducida a la jerarquía que detiene un poder sagrado.
En la actual proceso sinodal hay dificultades para situar la sinodalidad en la naturaleza y en el ser de la Iglesia. Cabe recordar que hubo propuestas de sustituir el término sinodalidad por el término comunión. Esto porque la categoría sinodalidad se prestaría a mal entendidos alejándonos de la fe apostólica de nuestros padres.
También en el Sínodo de 1985 - por ocasión de los 25 años del Concilio Vaticano II - ya hubo otra discusión cuando se propuso hablar de Iglesia comunión en lugar de una Iglesia Pueblo de Dios. Que también se decía se presta a mal entendidos. La cuestión subyacente es el lugar de la jerarquía en relación al Pueblo de Dios. Una Iglesia sinodal toda ministerial se correría, dicen ellos, el riesgo de nivelar todos los ministerios y diluir el rol de los ministros ordenados. Ese es el miedo.
Sin embargo, el Concilio Vaticano II con el rescate de la eclesiología del Pueblo de Dios, superó el binomio clero - laicos. Una Iglesia formada por dos clases de cristianos: el clero como el polo activo, fuente de toda iniciativa y poder; y los laicos como el polo pasivo que debe obedecer dócilmente al clero y ser sus colaboradores, como se decía en ese momento. Con esta propuesta se quiere asumir un modelo eclesial parecido a una Iglesia piramidal, por lo tanto, clericalista.
La eclesiología conciliar se asienta sobre otro binomio: comunidad - ministerios. Todo bajo un solo género de cristianos: LOS BAUTIZADOS. En una radical igualdad en dignidad de todos los ministerios como dice la Lumen Gentium en la corresponsabilidad de todos en todo. Por lo tanto, los ministros ordenados son miembros del Pueblo de Dios y sus servidores.
Es así que, el modelo de comunión para la Iglesia es la Trinidad. El mejor modelo de comunidad. Entonces, del mismo modo que en la Trinidad no hay jerarquía, en la Iglesia no puede haber relaciones verticales. Un poder, dominación, centralismos y autoritarismos. En la Iglesia, quien preside no decide, ni comanda. Sino que ejerce el ministerio de la coordinación. Armoniza la participación de todos en vistas del discernimiento y la decisión de todos por todo en la Iglesia.
Aquí nos viene bien la recomendación del Papa Francisco: “permitir (en la Iglesia) el desarrollo de una cultura eclesial propia, marcadamente laical” (QA 94).
EL PODER MONOPOLIZADO POR LOS MINISTROS ORDENADOS
Este es un tercer factor, y también muy problemático. Desgraciadamente en el monopolio del poder por parte de la jerarquía, sigue siendo una tarea pendiente de la renovación conciliar presentado a todo el Pueblo de Dios hace 60 años.
El Papa Francisco -de forma explícita - en dos documentos de su pontificado, desvincula el poder en la Iglesia del clero, como lo dice ya el Concilio.
En la Exhortación Apostólica post sinodal Querida Amazonía, señala que la identidad de los ministros ordenados así como de todas las vocaciones en la Iglesia, brotan del Bautismo, y hace del Pueblo de Dios, un pueblo todo el, profético, regio y sacerdotal. A esto lo conocemos como la tria munera.
Consecuentemente, el ministerio de los ministros ordenados no son los únicos sujetos del poder en la Iglesia. En una Iglesia sinodal, el poder fluye entre todos los bautizados ya que se rige por el sensus fidelium (sentido de los fieles) que es una recurrencia del Bautismo. Hoy vemos laicos que ya han asumido responsabilidades, incluso, de prefectos en organismos de la curia romana.
La Constitución Apostólica sobre la Curia Romana y su servicio a la Iglesia en el mundo, Praedicate evangelium, es muy clara cuando señala lo siguiente:
“El Papa, los obispos y otros ministros ordenados no son los únicos evangelizadores de la Iglesia. Ellos saben «que no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia en el mundo» . Todo cristiano, en virtud del Bautismo, es discípulo-misionero «en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús». Esto no puede ser ignorado en la actualización de la Curia, cuya reforma, por tanto, debe prever la participación de los laicos, incluso en funciones de gobierno y responsabilidad”. (PE 10)
Después de ver estos tres factores que pretenden asfixiar más este proceso sindal, es importante considerar en nuestras tareas pastorales y apostólicas, que es la hora de la sinodalidad. Que cada bautizado, en medio de las comunidades eclesiales de base se vaya formando en la escucha y en la consulta. Trabajemos por LA IGLESIA DE LA ESCUCHA.
Los Obispos junto al Papa saben que el episcopado es ministerio al servicio de la comunidad y su labor fundamental es ser continuadores de la misión de Cristo. Por ende, toda auténtica manifestación de sinodalidad exige por su naturaleza el ejercicio del ministerio colegial de los obispos.
Que importante es no solo comprender este proceso sinodal, estamos llamados a una real y verdadera conversión pastoral. “Caminar juntos, “sínodo”, es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es así fácil ponerlo en práctica”, nos decía el Papa Francisco en su discurso del 17 de octubre de 2015 - conmemorando el 50 aniversario de la Institución del Sínodo de los Obispos.