Por Roberto Carrasco, OMI
“Sínodo es caminar juntos bajo la inspiración y guía del Espíritu
Santo… El Espíritu Santo es el actor principal del sínodo. Por favor, no lo
echemos de la sala”, fueron las palabras del Papa Francisco el primer día del Sínodo
Panamazónico. Ya estas palabras anunciaban por donde se atrevían todos los
Padres Sinodales a empezar a navegar.
Una canoa y una red junto a dos remos fueron los signos que
entregaron al Papa Francisco los líderes
indígenas en la oración de la mañana del lunes 7 de octubre, aquel día empezaba una nueva etapa en
la historia de la Iglesia. Una canoa que se atrevió a cruzar hacia la otra
orilla. No ha cruzado el mar de Tiberíades, ni tampoco el río Amazonas, esta
canoa ha cruzado todo el Océano Atlantico. Una canoa que llevaba dentro de sí a
los representantes de 33,6 millones de personas que habitan esta vasta región panamazónica. Una
canoa que se lanzó a la aventura de lo imprevisto. Nadie sabía exactamente lo
que iba a ocurrir en estas tres semanas de Sínodo. Lo cierto es que Jesús
acompañaba esta travesía. El objetivo era atravesar hacia la otra orilla: Roma.
Una de las cosas que ha causado esperanza y alegría en los indígenas
que están en el Sínodo era que el Papa Francisco nos dijo a todos los padres sinodales y presentes allí en la Sala: “hablar con coraje,
con parresía, aunque tenga que pasar vergüenza, decir lo que siento, discernir
y, todo esto dentro, custodiando la fraternidad que debe existir aquí dentro”.
Y así fue. Cada intervención que venía de ellos nos tocaba el corazón y nos interpelaba. Esto sucedía porque ellos no han venido a hablarnos de la teoría,
ellos hablan de la realidad que viven y la trajeron para que junto a ellos la asimilemos. Una realidad del cual, como Iglesia, estamos
llamados hoy a responder, pero cada vez mejor.
Y es que ellos dejaron sus pueblos, sus familias, sus
trabajos, dejaron su comunidad para anunciarnos el Evangelio que ellos han
recibido. Este encuentro, así como se dio, ninguno lo había pensado ni
imaginado: "Desde aquí les veo un poco inquietos, que no entienden lo
que la Amazonía necesita. Nosotros tenemos nuestra cosmovisión, nuestra forma
de ver el mundo que nos rodea. Y nos acerca más a Dios, la naturaleza. Nos
acerca a mirar el rostro de Dios en nuestra cultura, en vivencia. Porque
nosotros como indígenas, vivimos la armonía con todos los seres que hay allí.
Veo que no les cuadra la idea de nosotros como indígenas. Los veo preocupados,
dudosos frente a esta realidad que buscamos como indígenas. No endurezcan su
corazón, suavicen el corazón, es a lo que nos invita Jesús: que vivamos juntos.
Creamos en un solo Dios, al finalizar todo ello vamos a estar unidos. Esto es
lo que deseamos como indígenas. ¿Tenemos nuestros ritos? Sí, tenemos nuestros
ritos, pero este rito debe incorporarse al centro que es Jesucristo. No hay
otra cosa que discutir sobre este tema. El centro que nos une en este Sínodo es
Jesucristo", fueron las palabras del profesor Delio Siticonatzi
Camaiteri, del pueblo Ashaninca - Perú.
Para mí, como Misionero Oblato de María Inmaculada, estas palabras pronunciadas por el profesor Delio Siticonatzi son la muestra de
que cuando se quiere pasar a la otra orilla, siempre hay que mirar de frente.
Aunque en la otra orilla uno se sienta diferente, pues eso no interesa. Para el
misionero, lo que nos une a otras realidades, a otras culturas, es Jesucristo.
Así como los pueblos indígenas se dejaron llevar de la mano para llegar a Roma,
nosotros también tenemos que dejarnos llevar de la mano de nuestros hermanos
que reclaman nuestra presencia en la Misión, allí ‘donde muchas veces las papas queman y
ninguno quiere ir’.
Como Misionero Oblato de María Inmaculada sigue resonando cada
día, en la oración personal, estas palabras de las Constituciones y Reglas: “Siempre cerca de la
gente con la que trabajan, los Oblatos prestarán constantemente atención a las
aspiraciones de la misma y a los valores que posee. No temerán presentar con
claridad las exigencias del Evangelio y abrirán con audacia nuevos caminos para
que el mensaje de salvación llegue a todos los hombres. Humildes ante la propia
insuficiencia, pero confiando en el poder de Dios, se afanarán por conducir a
todos, especialmente a los pobres, a la plena conciencia de su dignidad de
seres humanos e hijos de Dios” ( CCRR 8).
Sin duda, San Eugenio de Mazenod tiene razón: “Trabajando
con los pobres y los marginados, nos dejamos evangelizar por ellos, pues a
menudo nos hacen escuchar de forma nueva el Evangelio que anunciamos” (CCRR 8ª).
Este Sínodo no acaba en estos días, recién empieza:
"Algo nuevo está naciendo y en mi pueblo está latiendo. Algo nuevo está naciendo, con nosotros va subiendo. Algo nuevo está naciendo con los pobres va creciendo".
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