LA AMAZONÍA, LA CARICIA DE DIOS, ÍMPETU MISIONERO
Por Roberto Carrasco, OMI
Ya
casi a un año del anuncio hecho por el Papa Francisco acerca del Sínodo Especial
para la Pan Amazonía. Era el 15 de octubre del 2017, cuando en Roma, el Santo
Padre se dirigía a toda la Iglesia con estas palabras: «la
finalidad de este encuentro será individuar nuevos caminos para la
evangelización de esa porción del Pueblo de Dios, especialmente de los
indígenas, a menudo olvidados y sin perspectivas de un porvenir sereno, también
a causa de la crisis de la Selva Amazónica, pulmón de capital importancia de
nuestro planeta».
Es imborrable este recuerdo de aquella sonrisa de esperanza que me brotó al
improviso cuando escuchaba estas palabras del Papa Francisco.
¡Qué
gran alegría se siente escuchar que la voz de los pueblos indígenas y
originarios de la Pan Amazonía se hayan vuelto un eco y hayan llegado a los
oídos del Vicario de Cristo!
Oblato,
enviado para evangelizar a los pobres
Desde
los inicios de nuestra fundación, los misioneros Oblatos de María Inmaculada
nos hemos caracterizado por estar en medios de los pueblos olvidados, de los
más alejados. Y si se trata de recordar los primeros años de formación oblata,
pues, vienen a mi memoria esa gran motivación que me detuvo y me detiene,
frente a Cristo Crucificado, tantas horas: “Sí…, los Oblatos estamos allí donde
nadie quiere ir, a donde nadie quiere estar”. Realmente tenemos toda una
tradición misionera riquísima de audacia y presencia en tierras de misión, a la
manera de cómo San Eugenio de Mazenod lo pedía siempre . La primera Regla de
1818 decía: (Los Oblatos) «Son
llamados a ser los cooperadores del Salvador, los corredentores del género
humano; y aunque por razón de su escaso número actual y de las necesidades más
apremiantes de los pueblos que los rodean, tengan que limitar de momento su
celo a los pobres de nuestros campos y demás, su ambición debe abarcar, en sus
santos deseos, la inmensa extensión de la tierra entera […]» (cf. Mt 28, 19; Hch 1, 8; AG 6). Por
cierto, esta Regla el mismo De Mazenod en 1831 se atrevió a comentar: «¿Tendremos
alguna vez una idea justa de esta sublime vocación? Para eso haría falta
comprender la excelencia del fin de nuestro Instituto, indiscutiblemente el más
perfecto que se pueda proponer aquí abajo, ya que el fin de nuestro Instituto
es el mismo que se propuso el Hijo de Dios al venir a la tierra: la gloria de
su Padre celestial y la salvación de las almas […] Fue especialmente enviado para
evangelizar a los pobres […] y nosotros hemos sido fundados precisamente para
trabajar en la conversión de las almas y especialmente para evangelizar a los
pobres».
Quiero
lograr entender, pero no puedo, porque el ímpetu del Papa Francisco y el ímpetu
de San Eugenio de Mazenod se fusionan en mi reflexión. Probablemente con el tiempo
encontraré la respuesta a este ímpetu misionero que no nos deja tranquilos.
Amazonía:
Nuevos caminos para la Iglesia
Deseo
detenerme unos segundos para ver la Amazonía en su conjunto. Pero no verla solo
geográficamente, sino verla como un grandioso campo extenso de misión al que
estamos llamados todos a vivir nuestra vocación misionera. Si fijamos nuestra
atención en la introducción del documento preparatorio para el Sínodo Pan Amazónico,
titulado: AMAZONÍA: NUEVOS CAMINOS PARA LA IGLESIA Y PARA UNA ECOLOGÍA
INTEGRAL, presenta a la Amazonía como «una
región con una rica biodiversidad, multiétnica, pluricultural y plurireligiosa,
un espejo de toda la humanidad que, en defensa de la vida, exige cambios
estructurales y personales de todos los seres humanos, de los estados y de la
iglesia». Palabras que nos recuerdan
uno de los mandatos del 36° Capítulo General OMI que nos sigue
desafiando cada vez más: La interculturalidad…, «uno
se siente mejor dispuesto una vez que ha encontrado otras culturas. Este
difícil encuentro de culturas también nos afecta a nosotros, misioneros
oblatos». Y hablamos de interculturalidad porque la evangelización hoy es
intercultural. Bien tienen razón los padres del último Capítulo General al
decir que: «la vida y la misión
interculturales tienen un precio». Transitar por la Amazonía es una forma
de transitar por las exigencias de la interculturalidad, nuevo camino no solo
para nosotros sino para toda la Iglesia.
¿Qué
es la Pan Amazonía?
Una
región que comprende nueve países en América del Sur: Brasil, Perú, Colombia,
Venezuela, Bolivia, Ecuador, Guyana Francesa, Guyana y Surinam; –y nosotros los Oblatos estamos presentes en
siete de nueve países–; un territorio que comprende 5,5 millones de Km2;
con 33 millones de personas que la habitan; 390 pueblos indígenas; además unos
145 pueblos en aislamiento voluntario; unas 240 lenguas habladas; 49 familias
lingüísticas; la Amazonía «es
un ecosistema que reúne calidades como ningún otro en nuestro planeta: es la
mayor floresta del trópico húmedo y a la vez de mayor biodiversidad, es hábitat
de cientos de pueblos indígenas de las más variadas culturas que reproducen una
gran diversidad cultural adaptada en cada caso al ambiente selvático nada
uniforme», según lo explica Dourojeanni.
Estos pueblos que hoy se encuentran con
territorios en serios riesgos por los impactos políticos, económicos y sociales
que hacen que exista una lucha constante por subsistir y por el territorio. Y
frente a esta realidad existe una larga lista de megaproyectos extractivos,
muchos de los cuales, están causando hoy serias consecuencias tanto a la
persona humana, como a toda la Casa Común. Consecuencias que están desplazando,
aniquilando o sometiendo poblaciones enteras sumidas en la extrema pobreza y
abandono. «Si nada cambia, esas personas no
tendrán oportunidad de sobrevivir. Y entonces también la naturaleza será
destruida por completo»,
fueron las palabras del Cardenal Claudio Hummes, presidente de la Comisión
Episcopal brasileña para la Amazonía y de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM) quien
presentó el miércoles 19 de setiembre en Berlín, un alarmante informe sobre la
situación de los derechos humanos de la población indígena amazónica.
Con
ímpetu misionero
La
desafiante encíclica del Papa Francisco, la Laudato Si’, nos llama a vivir y a
respondernos «¿qué tipo de mundo queremos
dejar a quienes nos sucedan?»
Estamos viviendo nuestra vocación oblata hoy en un contexto muy especial, donde
la Iglesia nos pide fidelidad al Evangelio y al Reino de Dios, que nos llama a
la conversión integral, a ser custodios de la Casa Común, aprendiendo de los
saberes y valores que los pueblos indígenas y originarios nos enseñan. Y a
propósito de respuestas concretas, en Berlín,
la REPAM ha presentado un informe sobre la situación de los Derechos
Humanos de los pueblos indígenas en la Amazonía. En una entrevista dada a la DW,
el Cardenal Hummes señalaba que: «hay
presión de parte estatal y de consorcios nacionales o multinacionales. Se
persigue el máximo beneficio económico. Las personas no importan nada. Todos
los implicados atentan contra derechos humanos fundamentales. En la mira están
las materias primas para el mercado mundial y también los terrenos para
cultivar. La persona no es importante. Y tampoco el medio ambiente importa. Se
busca la ganancia rápida, el dinero rápido. En la actualidad tenemos la
terrible situación de que cada vez más aguas subterráneas están contaminadas.
Los consorcios internacionales usan allí métodos que en sus países de origen
están prohibidos. En la Amazonía eso no le preocupa a nadie».
Surgen
preguntas que esperan respuestas
¿De
qué manera somos cooperadores con el Salvador en estas tierras de misión?,
¿cuál puede ser nuestra respuesta misionera frente al pueblo y al planeta que gritan?
Sin duda, la REPAM nos está dando líneas de acción para trabajar juntos y así
poder navegar por los ríos junto con nuestros hermanos amazónicos, defendiendo
sus tierras, visibilizando sus formas de vida, escuchando sus denuncias, sus
propuestas, sus alternativas que basadas en el principio del Buen Vivir, junto
al Evangelio, encarnan perfectamente el rostro de Cristo en una Iglesia con
rostro amazónico. En este contexto pre sinodal las encíclicas Evangelii Gaudium
y Laudato Si del Papa Francisco, junto a la apertura y llamado que hacen los
Obispos de América Latina nos motivan a asumir esta realidad que nos desafía
como misioneros ad gentes.
¿Nosotros
los Oblatos cómo contestaríamos a esta pregunta que nos repite De Mazenod
cuando reflexionamos acerca de nuestra vocación?: «¿tendremos alguna vez una idea
justa de esta sublime vocación?». Sin
duda, el Espíritu Santo que impulsa la vida misionera de la Iglesia nos lleva
sobretodo a escuchar a los pobres y ha dialogar con ellos sin limitar nuestro
celo. El Espíritu Santo nos lleva a discernir cómo anunciar el Evangelio de
Jesús en la Amazonía. «Hoy el grito
de los pueblos amazónicos es semejante al del Pueblo de Dios en Egipto, que por
defender sus tierras tropiezan con la criminalización de sus protestas. O
cuando son testigos de la destrucción del bosque tropical o cuando sus ríos se
llenan de muerte en lugar de vida», subrayaba el Papa Francisco en su
encuentro con las poblaciones indígenas el 19 enero del 2018 en la ciudad de
Puerto Maldonado – Perú, y que muy bien lo expone en el documento pre sinodal.
Los
Oblatos y la Amazonía, con un nuevo rostro
La
Amazonía es esa caricia de Dios que estamos llamados a vivir. Dejarnos
acariciar por la simplicidad de la naturaleza y de la calidez de quienes la
habitan. Las experiencias misioneras oblatas vividas en la Amazonía son
testimonios de cuanto la vida espiritual y misionera se renuevan cada día en el
contacto directo con la creación tan cercana y envolvente. No solo estando
allí, también navegando y recorriendo ríos, cochas y quebradas, con ese «dinamismo de salida que Dios provoca en
todos los creyentes» (cf. EG
20). Y más aún, nosotros como Oblatos, intentándolo todo para dilatar el
Reino de Dios. Realmente es un privilegio escuchar la sabiduría que tienen los
protagonistas de esta misión amazónica. Los pueblos indígenas al transmitirnos
toda su sabiduría y espiritualidad, nos retan a integrar en nuestras prácticas
misioneras toda la riqueza que implica el diálogo intercultural e
interreligioso en medio de ellos. Son esos nuevos caminos con nuevos rostros
que se nos abren hoy. Nuevos caminos y nuevos rostros que nos invitan a asumir
nuevas luchas misioneras, con audacia, humidad, confianza y sencillez.
En
fin, ¿qué papel podemos tener frente a este llamado eclesial? Por un lado,
vienen al corazón las palabras de San Eugenio de Mazenod cuando escribía: La
congregación, «aunque por razón de su escaso número actual y de las
necesidades más apremiantes de los pueblos que los rodean, tengan que limitar
de momento su celo a los pobres de nuestros campos… somos llamados a ser
cooperadores y corredentores…»; y por otro lado, las palabras del Papa
Francisco dirigidas a nosotros el 7 de octubre del 2016: «¡Es
importante trabajar por una Iglesia que sea para todos, una Iglesia lista para recibir y acompañar! La labor para lograrlo
es vasta y ustedes tienen también una contribución específica que aportar»”. –exclamó el Pontífice a los
Oblatos de María Inmaculada en aquella visita que le hicimos–. ¿No
es esto acaso un nuevo llamado a un nuevo ímpetu misionero oblato?
En
Roma, 24 de setiembre del 2018