A LOS 200 AÑOS. P.
Tempier: “Su primer compañero, su amigo infatigable,… PODEMOS CONSIDERARLO
COMO NUESTRO SEGUNDO PADRE”.
Por Roberto Carrasco, OMI
LOS INICIOS MARCARON UNA AMISTAD QUE NOS INSPIRA
Eran
compañeros de Seminario. Se formaron en un contexto difícil. Después de la Revolución Francesa se da la
Constitución Civil del Clero y en medio de esta realidad, la Iglesia necesitaba
de sacerdotes que respondan al desafío de enfrentar todo aquello que afectaba
las costumbres y la manera de vivir la fe de los franceses. A pesar de todo lo
acontecido, la fidelidad de algunos sacerdotes sostenía una Iglesia vulnerable,
una Iglesia perseguida. Una vez que se restableció la paz religiosa, ambos, en
medio de sus propios procesos vocacionales decidieron responder al llamado de
Dios. Cada uno a su estilo respondió a la voz de Dios. Fueron ordenados
sacerdotes. Probablemente no pensaban que la amistad los uniría en una misma
casa, en una misma misión, en un mismo sueño: predicar a las gentes y empeñarse
a ser santos.
Ambos compartían el mismo espíritu: el amor de Dios, el bien de la
Iglesia y la necesidad de instruir a la gente y llevarlos a la conversión. Este
fue el espíritu que los unió cuando comenzaron a vivir juntos la experiencia
del 25 de enero de 1816: Carlos José Eugenio de Mazenod y Francisco de Paula
Enrique Tempier.
Ya en el corazón de Eugenio de Mazenod ardía un
fuego. Era, sin duda, muy fuerte este momento para él. Había experimentado el
amor a Jesucristo y a la Iglesia. Esta experiencia la quería compartir con
otros. Buscaba alguien entre el clero joven que compartiera su preocupación por
la Iglesia y que fuera un amigo según su corazón. Escribe el 12 de setiembre de
1814 a Carlos Forbin-Janson, diciéndole: “En medio de todo
este ajetreo, estoy solo. Tú eres mi único amigo -en toda la fuerza del
término- porque de esos amigos buenos y virtuosos, pero a los que faltan tantas
otras cosas, no ando escaso. Pero ¿para qué sirven? ¿Son capaces de suavizar
una pena? ¿Se puede conversar con ellos del bien mismo que se quisiera hacer?
¡Para qué! No se sacarían más que elogios o desaliento”. El futuro Fundador
indica aquí claramente lo que buscaba: un confidente, un colaborador animado
por este mismo celo.
Es así como aparece la figura de aquel que lo
acompañará en esta empresa. Después de las primeras efusiones de la más
santa amistad, que fue la más cálida jamás vista. Una amistad que iba a durar
cincuenta años sin ningún tipo de distorsión. Como no recordar que entre cartas
y escritos, compartían la responsabilidad de animarse y perseverar, de orar por
el otro, de escucharse, incluso, hasta de soportar si es preciso los momentos
difíciles que les tocó vivir. Según Eugenio de Mazenod, fue Dios el que inició
la obra poniendo también las mismas disposiciones en los corazones de los otros
misioneros. Fue Dios el que escogió a Enrique Tempier.
La primera carta que Eugenio escribió a Tempier resume claramente ese
profundo deseo: encontrar un amigo, un hermano, un compañero que camine a su
lado. Por tanto Tempier era necesario para la obra de Dios, y por tanto debía
escuchar solamente a Dios y confiar en la Providencia. Esta carta la recordamos
así:
“Mi querido amigo: Lea esta carta ante su crucifijo, dispuesto a escuchar
solamente a Dios y a cuanto su gloria y la salvación de las almas exijan de un
sacerdote como usted. Imponga silencio a la codicia, al amor a los gustos y
comodidades, tenga en cuenta la situación de los habitantes del campo, el
estado de la religión entre ellos, la apostasía que cada vez se propaga más y
causa estragos horrendos... consulte con su corazón lo que deberá hacer para
remediar esos desastres y, luego conteste a mi carta.
Pues bien, amigo, le digo sin entrar en mayores
detalles que usted es necesario para la empresa que el Señor NOS HA
INSPIRADO... HEMOS PUESTO los cimientos de una obra que
proporcionará asiduamente fervorosos misioneros a las zonas rurales.
La felicidad NOS ESPERA en esta santa
asociación que no tendrá más que un solo corazón y un alma sola,... no le digo
más de momento... Si, como espero, quiere ser de los nuestros,... es que
queremos escoger hombres de buena voluntad y valentía para seguir las huellas
de los apóstoles. Es importante poner cimientos sólidos; es necesario
establecer e introducir la máxima regularidad en la casa en cuanto nos hayamos
metido en ella. Y precisamente para eso es Ud. necesario, porque sé que es
capaz de abrazar una regla de vida ejemplar y de perseverar en ella...”
Que formidable es
recordar en el contexto de los 200 años de la Congregación las propias palabras
de Eugenio de Mazenod dirigidas a Enrique Tempier: “EL SEÑOR NOS HA
INSPIRADO…, HEMOS PUESTO LOS CIMIENTOS DE UNA OBRA…, LA FELICIDAD NOS ESPERA EN
ESTA SANTA ASOCIACIÓN…”
Con el entusiasmo propio de un hombre que quiere
seguir las huellas de Jesucristo, Enrique Tempier respondió a Eugenio, aunque
no firmó la carta:
“¡Bendito sea Dios que le ha inspirado el proyecto
de preparar para los pobres, para los habitantes de nuestros campos, para
aquellos que más necesidad tienen de ser instruidos en religión, una casa de
misioneros que irán a anunciar las verdades de la salvación! Comparto
plenamente sus ideas, mi querido compañero, y, lejos de esperar nuevos
requerimientos para ingresar en esa santa obra tan conforme a mis deseos, le
confieso que de haber conocido antes su proyecto me hubiese adelantado a
rogarle que me recibiera en su asociación. Tengo que agradecerle, por tanto,
que me haya juzgado digno de trabajar para la gloria de Dios y la salvación de
las almas...”.
Tempier le manifiesta su afecto y dedicación a
Eugenio, le escribe: “Señor y querido socio,... Santo amigo y
verdadero hermano no sé cómo agradecerle cuanto ha hecho por mi salvación. Ud.
es de verdad el amigo más querido de mi corazón”. Al leer Eugenio la respuesta, está convencido
de haber encontrado al colaborador que buscaba. La respuesta de Tempier
muestra una perfecta armonía con el ideal y el espíritu que Eugenio le ha
propuesto. En una carta dirigida a Tempier el Fundador le señala: “Me hacía
presentir mi corazón, queridísimo amigo y buen hermano, que ud. sería el hombre
que Dios me reservaba para ser mi consuelo”. Con esto queda sellado de
ahora en adelante la relación íntima de amigo que comenzó a tener con Eugenio
de Mazenod. Y fiel a su promesa decidió partir para Aix. Escribió Tempier después: “Por
la gracia de Dios, yo siento en mí ese deseo”. Solo el amor fraterno que lo unía al Fundador hizo posible ese distintivo
oblato que lo heredamos del Fundador: “Entre ustedes la caridad, la caridad, la
caridad y fuera la salvación de las almas”.
DAMOS UN SALTO A LOS ÚLTIMOS AÑOS... Y COMPROBAMOS QUE ERAN EL UNO PARA EL OTRO
Después de varios años de trajines y experiencias misioneras que ambos
compartían cuando leían las cartas de los oblatos que estaban viviendo la
aventura misionera en el mundo, sucedió un acontecimiento que marcará y lo desanimará
de ahora en adelante. El 21 de mayo de 1861, el día de la Muerte del Fundador,
Enrique Tempier escribe a todos los miembros de la Congregación y les dice:
“Monseñor,
nuestro muy amado Padre, acaba de dejarnos. Dios le ha llamado para coronarlo
en el cielo. Con el corazón roto por el dolor más profundo, no podemos decirles
más en este momento. Monseñor Carlos
José Eugenio de Mazenod,... ha muerto,... se ha apagado dulcemente, rodeado de
sus hijos, acompañado ante Dios de las oraciones y las lágrimas de ellos, fortalecido
con todos los auxilios religiosos que su piedad solicitaba”.
Al día siguiente, el 22 de mayo, dolido por tal acontecimiento –y con esa
humildad que lo caracterizó todos estos años- Tempier decide renunciar a ser
elegido vicario capitular, pues acaba de perder “lo que más tenía en este mundo” y se siente como aplastado como un
hombre a quien todo le falta en esta tierra de miserias. A la muerte de su
amigo se “sintió como aplastado, como un
hombre a quien le falta todo en esta tierra miserable”. El dolor fue muy
grande.
Después de la Muerte de Eugenio, las tristezas y preocupaciones no
culminaron. Aparece un personaje que intentará realizar algo terrible que
podría haber ocasionado grandes consecuencias en la vida de Tempier al frente
de la Congregación. El 5 de setiembre de ese mismo año, Mons. Cruice, nuevo
obispo en Marsella, retira a los Oblatos de la administración del Santuario de
Ntra. Sra. de la Guardia. Y anuncia que Mons. de Mazenod legó a los oblatos
bienes de la diócesis, intentando así recuperar esto y para lograr sus fines
amenazaba con disolver la Congregación en Francia y exigir que Roma le retirase
la aprobación pontificia.
¿Qué pasó por la cabeza
del P. Tempier?, no sabemos, y ¿en octubre de 1861?, ¿fue por eso que el P.
Tempier para prevenir ese asunto hizo un viaje misterioso a Roma? Dios sabe
realmente qué sucedió.
Luego, como un gran gesto de humildad y de servicio el José Fabre, superior general elegido, dijo a Tempier:
“Usted era llamado a
remplazar a un Padre tiernamente amado;... antes, nuestro venerado Fundador lo
era todo y bastaba para todo... Lloraremos siempre, sin duda, a nuestro primer
Padre y usted lo llorará con nosotros: Permítanos, no obstante, que le digamos:
aquel Padre no se ha ido del todo, LE HA DEJADO A USTED SU ESPÍRITU Y SU
CORAZÓN”. Dentro de poco, Enrique Tempier será el primer oblato que celebre
sus 50 años de sacerdocio. Así lo afirmó José Fabre refiriéndose a Tempier: “Un
sacerdote irreprochable”.
Esta afirmación nos hace
pensar y creer que en la Congregación, como lo afirmó el 25 de octubre de 1866, Mons. Jeancard, cuando escribe al P. Fabre
diciéndole: “Abrace tiernamente de mi parte a nuestro querido P. Tempier...
en lo que atañe a la historia de la Congregación, DEBE figurar al lado
del Fundador”.
En
1873 durante el capítulo general se celebró otro servicio solemne, como
recuerdo filial del “primer compañero de nuestro Fundador, su amigo
infatigable, QUE PUEDE CONSIDERARSE COMO NUESTRO SEGUNDO PADRE”.
El P. José Fabre, OMI, en una Nota
Necrológica decía del P. Tempier. “Sólo Dios conoce lo que el Enrique Tempier
ha realizado en la dirección del seminario mayor, en la confesión de los
sacerdotes que le habían brindado su confianza, y en el cuidado que prodigó a
las comunidades religiosas... En los consejos de los obispos, en la solución de
los asuntos, siempre se ha reconocido su visión práctica, justa, moderada. No
cabía equívoco sobre la sinceridad y la pureza de sus intenciones. Inflexible
en cuanto al deber, era siempre conciliador en cuanto a las circunstancias. Y
cuando se veía obligado a actuar con rigor, se reconocía, por encima de su
autoridad, la autoridad de
la conciencia a la que obedecía ... Nuestro Fundador
y el P. Tempier
han seguido la
misma conducta..., siempre el P.
Tempier ha conservado la calma del hombre perfecto, la intrepidez de la
conciencia cristiana y la abnegación heroica que el sacerdote según el corazón
de Dios saca de las luces de la fe y de las inspiraciones de la piedad. No
temió exponerse a las injusticias de la opinión ni desafiar las pasiones
populares”.
Este
25 de enero del 2016, en el comienzo de nuestro año jubilar por los 200 años de
fundación, como gratitud a Dios y a María Inmaculada podemos expresar nuestra
gratitud tanto por San Eugenio de Mazenod como por Enrique Tempier. Esta
amistad entre ha hecho de la Congregación de Misioneros Oblatos de María
Inmaculada una obra de Dios para la Iglesia, pero sobre todo para los más
pobres. Justas y profundas son las palabras de Eugenio al referirse a su amigo
de toda la vida:
“[Eres] mi primer
compañero, desde el primer día de nuestra unión, captaste el espíritu que debía
animarnos y que debíamos comunicar a los demás”.