“FIAT
MIHI SECUNDUM VERBUM TUUM” (Lc 1, 38)
por Roberto
Carrasco Rojas, omi
En principio, no es fácil descubrir en
el Misterio de Salvación cuál es la voluntad primera de Dios, si no hay en la
persona un deseo ardiente de Dios y de conocer su designio y, además, una
apertura de corazón que permita abrir nuestro ser del todo, y así dejar que el
Señor actúe según el plan de salvación que tiene desde el principio de todo.
En la economía de la salvación, muchas
y muchos han sido elegidos por Dios para realizar dentro de su proyecto de
salvación, una labor en concreto, que permita dar a conocer a toda la
humanidad, como lo hizo Adán y Eva, o a un pueblo específico, como lo hizo
Moisés, Josué, David, Salomón, los profetas, Ana, Rut, Ester, e incluso, la
mujer de Urías el hitita, Betsabé. Así como ellos y ellas, un número
determinado de personas han sabido desempeñar un papel, en su tiempo
trascendental, respondiendo a un esquema histórico de conversión y aversión, donde
se dejaba gritar por si misma la voz de Dios que decía: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios” (1S 15, 22).
Dando un salto de la Antigua Alianza a
los comienzos de la Nueva Alianza, podemos encontrar la figura de una mujer que
supo responder con sencillez, con prontitud, con altura, con entrega, con
decisión, con valentía: “Fiat mihi
secundum Verbum tuum” (Lc 1, 38); y, sin querer caer en una visión
pesimista. Con María concluye un esquema de infidelidad donde se han visto
envueltos algunos y algunas que habían recibido una invitación de parte de Dios
para una acción concreta.
Me detendré en estas palabras latinas,
para intentar realizar una reflexión teológica a partir del dato bíblico que el
evangelista san Lucas nos presenta de una manera particular en su evangelio.
A partir de este dato, recogeré
algunas reflexiones exegéticas y hermenéuticas de algunos autores que han
trabajado este tema, para llegar a concluir con una aplicación pastoral al
respecto.
Dentro de un pequeño esquema que sitúa
este hecho en la economía de la salvación, restando la actitud que llevó a
María a responder de esta manera al plan de Dios, y de lo que podemos aprender
de su actitud hoy.
Como veremos, es posible que esta
reflexión no sea nada nueva, porque la expresión de María ha llevado a muchos a
entrar en un proceso de discernimiento, encontrando en ella muchas riquezas en
las diversas ramas de la Teología.
Situando este
hecho en la economía de la salvación
Este pasaje de Lc 1, 38 tiene por
protagonistas de escena a María, al ángel Gabriel y por supuesto al Espíritu
Santo. Hemos de recordar que este pasaje, a la vez que se sitúa en el contexto
de la Anunciación, en el Nuevo Testamento, también se remonta al contexto de la
Alianza en el Antiguo Testamento, que equipara el sí de María al sí del pueblo
de Dios en el Éxodo; nos dice A. Sierra: “El
pacto entre Dios y el pueblo de Israel sancionado en el monte Sinaí (Ex 19-24)
es como el Evangelio del AT… El Señor, mediante su portavoz Moisés, habló de
esta forma al pueblo reunido en las faldas del Sinaí: ‘Habéis visto cómo he
tratado a los egipcios y cómo os he llevado sobre alas de águila y os he traído
hasta mí… vosotros seréis un reino de sacerdotes, un pueblo santo (Ex 19,
4-6a)… En efecto, Dios propone pero no impone. La libertad, don de Dios creador,
es esencial al diálogo de la alianza,… todo el pueblo respondió a coro:
‘Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho’ (Ex 19, 8a; cf. 24, 3. 7).
Estas palabras fueron como el fiat, como el ‘sí’ con que Israel aceptaba unirse
a Yhwh, su Dios como esposo. De esta manera quedó concluido el desposorio de la
alianza (cf. Ez 16, 8)”[1]
Nos encontramos aquí con el primer
fiat que el pueblo de Israel realiza, y que definirá en concreto esta Alianza
que Dios les tiene preparado. Este pueblo al responder ‘Nosotros haremos todo
lo que el Señor ha dicho’, nos recuerda a las palabras que en el anuncio del
ángel pronunció la virgen María: ‘Fiat
mihi secundum Verbum tuum’ (Lc 1, 38). El mismo Serra ve en esta actitud
del pueblo, como se vislumbra la actitud de María frente a las palabras del
ángel, “la anunciación… página tan
conocida del evangelio de Lucas (cf. Lc 1, 26-38) guarda ciertas analogías con
la ratificación de la primitiva alianza del Sinaí (cf. Ex 19, 3-8). Lo mismo
que para la alianza del Sinaí hubo un mediador que hablaba en nombre de Dios,
así para el anuncio de María está el ángel (Gabriel), enviado por Dios (cf. Lc
1, 26). en calidad de portavoz de su Señor, Gabriel revela a María cuál es el
proyecto que Dios tiene sobre ella: ‘Has encontrado gracia ante Dios.
Concebirás y darás a luz un hijo…’ (vv. 30-33)”[2].
Se ve entonces, con más claridad como
esta analogía se presenta de dos maneras: la primera respecto al fiat del pueblo con el fiat de María, y la segunda es Moisés
entre el pueblo y Dios, y el ángel como mediador entre Dios y María. Desde ese
momento “María será como una nueva arca
de la alianza: llevará en su seno al Hijo de Dios”[3].
María en la Anunciación será entonces,
como el lugar donde morará el Señor, así como el Arca de la Alianza, que
acompañó al pueblo durante toda su travesía en el Antiguo Testamento. María en
su seno concebirá a Jesús, y gracias a su fiat
valiente y confiado, con esto “ella
se hace madre de Dios, del Cristo histórico, en el fiat de la anunciación,
cuando el Espíritu Santo la cubre con su sombra. es la madre de la iglesia
porque es madre de Cristo, cabeza del cuerpo místico. Además, es nuestra madre”[4].
En este mismo contexto, el ángel
comenzará a presentar a María el Plan de Dios para con toda la humanidad, pero
al parecer ella al principio no comprende, pero sus reacciones humanas nos
afirman que ella a pesar de todo supo confiar plenamente en Dios dueño de la
Vida y Señor de la Historia. Sus palabras son de acogida a este mensaje divino.
A la vez “el fiat de María está
condicionado por la preocupación de la virginidad. La afirmación
tranquilizante: ‘Concebirás y darás a luz a un Hijo’, hace desaparecer la
sombra de la turbación y disuelve todas las reservas. Ante la palabra María se
muestra absolutamente abierta y disponible y, lo mismo que está totalmente al
servicio del Señor, así también está por completo al servicio de su palabra. La
fe de María ante la palabra de Dios hace actuables las cosas que se han dicho y
ya en su visita a Isabel oirá cómo la proclaman ‘bienaventurada’”[5].
Y será bienaventurada justamente por lo que significa el fiat pronunciado por sus labios. Con su fiat ella afirmará todo lo que debieron afirmar valientemente y con
fidelidad todos estos hombres y mujeres que Dios había llamado para comunicar
su mensaje, su plan de salvación. Con su fiat
ella entrará a formar parte activa de este misterio de redención que Dios nos
tiene preparado, misterio de Amor de la que María se hace partícipe. “María entrega todo su ser, en la
virginidad, a la realización del deseo divino (Lc 1, 38)”[6].
Con su fiat “pronunciado en nombre
de toda la humanidad, se establece una relación inviolable entre Dios y la
humanidad…”[7], una
relación de entrega y amor, un don para la humanidad que nos viene por María,
ella será la primera creyente capaz de decir sí a la voluntad de Dios. Un sí
que la hace vibrar de alegría después, como lo vemos en el canto del Magnificat
(cf. Lc 1, 46-55). Este sí le permite entrar a formar parte de aquellos que
como Moisés descubrieron que Dios está detrás de la historia de todos los
hombres y mujeres. Ella será desde ese momento la nueva imagen de un pueblo
creyente que espera la liberación, una liberación que comienza con un sí a la
vida, un sí que nos muestra un nuevo vivir en el Señor; un sí al proyecto de
vida que Dios tiene para cada uno. Por eso que el teólogo Von Baltasar nos
afirmará que “María es un elemento
esencial de la historia de la salvación”[8].
Con lo anterior, el fiat de María queda firmado en la
economía de la salvación, y vemos como la “Voluntad
de Dios (Espíritu Santo) y voluntad de María (fiat) se han unido para siempre…
Por primera vez en los inmensos siglos de la historia han unido sus deseos Dios
y los humanos: Dios quiere como Padre que su Hijo nazca en la historia de los hombres;
para eso necesita y busca la colaboración libre de María. María quiere que su
más honda fecundidad de mujer, persona y madre, esté al servicio de la
manifestación salvadora de Dios”[9].
Es toda una pedagogía divina, donde descubrimos el valor grande de la libertad
humana frente a la voluntad divina, el valor de la fe frente a la duda que
encontramos en diversos momentos de la historia, ante esto, bien conocemos esta
expresión -‘donde haya duda ponga yo fe’-, que se atribuye a San Francisco de
Asís. También descubrimos el valor de la esperanza frente a las euforias y
retrocesos del pueblo de la antigua alianza.
Desde esa mirada vemos como Lucas en
su evangelio “ha situado a María, como
(la) mujer que dice la Palabra, realizando el más fuerte misterio, en nombre
propio y en nombre de todos los varones y mujeres de la tierra: ¡hágase,
hagamos!”[10]. Su
palabra es también nuestra palabra, la Iglesia desde el Nuevo Testamento la
hace suya con el propósito de encontrar en ella el deseo profundo de intentar
como María decir SÍ al Plan de Dios, porque nadie como ella conoce las
consecuencias de este SÍ, nadie como ella ha sabido afrontar el sufrimiento y
dolor desde su corazón hasta su vida misma, ser la madre de aquel que dio su
vida para salvarnos. Este SÍ nos ofrece un campo amplio de ver las cosas con
ojos de fe, ver los acontecimientos de la vida, como los enfrentamientos
ocurridos en el Medio Oriente [últimamente lo que acontece en Siria] o la
intransigencia de algunos “países que creen tener poder” frente a la injusticia
que imparten a países con necesidades primarias no atendidas. “Los poderes económicos continúan
justificando el actual sistema mundial”, así lo afirma el Papa Francisco en
Laudato si (LS 56). Incluso, lo que
está ocurriendo en nuestros países de Latinoamérica cuando damos una mirada a
la manera de como gobiernan unos pocos, a costa de grandes mayorías, y podemos
seguir poniendo más ejemplos; mirar los acontecimientos de la vida con
esperanza y empezar a caminar en este mundo con María, siempre al encuentro de
nuestro prójimo, como son el migrante, el niño trabajador, la mujer, el
indefenso, el enfermo con VIH, y otros; como lo hizo María una vez recibido el
anuncio del ángel, al ir al encuentro de Isabel.
Para concluir, me quedo con un
pensamiento que resume esta primera parte de la reflexión: “María es el único ser humano que pudo tener noticia personal de lo
que se cuenta en Lc 1, 26 – 38”[11].
Ella es la primera testigo de este Plan de Salvación que tiene en la
Anunciación uno de los misterios más grandes de nuestra fe, la Encarnación del
Hijo de Dios, pero que no abordaremos aquí por ser motivo de una amplia
investigación.
La actitud
que llevó a María a decir SÍ al Plan de Dios
La imagen de María es la imagen de una
mujer joven que supo afrontar con decisión el peso de su palabra: “fiat mihi
secundum verbum tuum” (Lc 1, 38). Esto exigió de ella dos actitudes esenciales
como persona y como mujer creyente: Una actitud de fe y una actitud de
esperanza. Sin pretender dejar de lado otras actitudes que también son
importantes como la acogida, la humildad, la sencillez, la alegría, la
contemplación, la valentía, etc. que nos pueden decir que todo esto tiene un
valor inmenso en la Iglesia, e incluso en la sociedad misma, pues tanto la fe
como la esperanza la han reivindicado una profunda afirmación en la vida y en
la visión del tipo de creyentes que queremos y esperamos.
María se convierte en el paradigma de
persona creyente que actuando en libertad frente a una responsabilidad
inmediata ante Dios y ante la humanidad, ser Madre del Hijo de Dios, supo
dejarnos una muestra de lo que la fe y la esperanza pueden hacer en la Iglesia
y en la sociedad.
Una actitud
de fe:
“¿Cómo
procede María ante esta revelación inaudita? Su actitud es la reacción típica
del pueblo que es hija. efectivamente, Israel es una comunidad de fe a la que
Dios había educado en la atención a su palabra; atención que se transforma en
diálogo sabio e inteligente…”[12] María es parte de esta
comunidad creyente, forma con todos y todas, el pueblo al cual Dios libera con
su Palabra; y fue María , al igual que el pueblo de Israel, capaz de decir SÍ a
la voluntad de Dios, con una fe desinteresada, abierta y acogedora al Plan de
Dios; una fe que se fortalece con el diálogo entre Dios y ella a través del
ángel, un diálogo que da sentido a su vida y a su fe. De allí que “las palabras con que María da su
asentimiento al anuncio del ángel dicen la consciente aceptación de su función
de mujer creyente, ante el desafío de una realidad y de un conjunto de
acontecimientos que están más allá de la medida que la inteligencia, el
equilibrio y el sentido común pueden de alguna manera penetrar e incluso
controlar…”[13] María
en medio del pueblo también creyente supo leer las palabras del ángel que en el
fondo le pedían una fe plena en Dios, fe llena de esperanza; así ella
engendrará al Hijo por la fe a la acción del Espíritu que viene a habitar en su
seno para llenarla de Dios encarnado.
Esto no supone la duda ni vacilación,
María supo confiar enteramente en las palabras del ángel, y con ello su
respuesta llena de fe y entrega al Plan de Dios, nos dice hoy más que nunca que
sí es posible poner nuestras vidas en las manos de Dios, porque “no quiere Dios el vacío de María, no busca
su silencio, ni se impone en ella como cuerpo. Dios la quiere en persona: desea
su colaboración; por eso le habla y espera su respuesta… María ha respondido a
Dios en gesto de confianza sin fisuras; ha confiado en él, le ha dado su
palabra de mujer, persona y madre”[14].
De allí que podemos con ella comprender que Dios nos invita a ser parte del
misterio desde la contemplación y la acción en nuestro actuar diario.
La persona misma de María nos enseña
que Dios escoge, a pesar de nuestras limitaciones, a responderle con libertad,
con alegría, con una mirada al futuro y al hoy, una mirada que nos permite leer
los signos de los tiempos en medio de las vicisitudes de nuestros días. “La respuesta de María está llena de
confianza y humildad. A pesar de su fe, no hay duda de que era consciente de
que el cumplimiento de la promesa podría tener como consecuencia sospechas, la
vergüenza, reproches e incluso una sentencia de muerte. Pero ella no permitió
que la idea de esos temores la disuadiera de someterse humildemente a la
voluntad de Dios. Por ello María es una inspiración para todos los cristianos
como símbolo de fe”[15].
Y no sólo inspiración, sino también prototipo de mujer creyente y fiel a la
Palabra de Dios.
Con lo dicho en el apartado anterior,
la respuesta de María es la más generosa y representativa de todas las
respuestas en la historia de la salvación, es en esa donde “advertimos el eco indudable de las fórmulas que todo el pueblo de
Israel solía pronunciar cuando prestaba su propio consentimiento a la alianza:
‘Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho’ (Ex 19, 8; 24, 3. 7);
‘Serviremos al Señor, nuestro Dios, y le obedeceremos’ (Jos 24, 24); ‘Haremos
lo que nos dices” (Esd 10, 2; Neh 5, 12; 1Mac 13, 9). En el diálogo de María
con el ángel vuelve a vivirse el dinamismo de las interpelaciones entre la
asamblea de Israel y sus mediadores, cuando se trataba de vincularse al pacto.
En la intención del evangelista, esto significa que la fe de Israel madura en
los labios de María”[16].
Es con esta actitud de fe, que ella se convierte en el paradigma de toda
actitud creyente y de toda actitud de fe que acoja y sirva al Plan de Dios que
se realiza cada día en la historia de la humanidad.
María es así la madre de todos los que
creemos en este misterio salvífico, e incluso, es madre de todos los creyentes
que apuestan por un mundo nuevo donde Dios que es Misericordia sigue siendo al
lado de los hombres y mujeres protagonista de esta historia de salvación. “María, la madre que cuidó a Jesús, ahora
cuida con afecto y dolor materno este mundo herido” (LS 241).
Una actitud
de esperanza:
María es la mujer de Nazaret, la
campesina joven, la desposada con un artesano llamado José, la inmigrante en
tierras lejanas, perseguida por ser fiel a lo que Dios le pedía, la pobre del
Señor, la judía creyente en el Dios de la Alianza; fiel a su religión supo orar
y entrar en intimidad con Dios desde su hogar, lejos del Templo y de la ciudad
capital. Como mujer provinciana supo afrontar las diferencias sociales de tu
tiempo, y en medio de su pueblo supo atender las necesidades más urgentes, como
son el trabajo, la casa, la familia, el barrio. Ella nos enseña a esperar en la
desesperanza, por eso con ella “sólo
espera de verdad en este mundo aquel que acoge lo que Dios alumbra en sus
entrañas. Sólo espera hasta el final quien asiente y se compromete, de una
forma activa, diciendo ¡fiat! ¡hágase!, es decir, ¡hagamos, genoito! (haz en
mí, con mi consentimiento) aquello que has dicho. Sólo de esta forma, en
colaboración activa puede entenderse y cumplirse la palabra de esperanza…
esperar no es asegurar ni imponer, no es pronosticar ni exigir sino saber
escuchar y actuar en forma responsable, personal, dialogante”[17].
Su actitud de esperanza nos enseña a
mirar con otros ojos lo que una mujer puede hacer hoy en nuestras tierras, en
la Iglesia, en la sociedad, en el mundo. Una mirada de fe y esperanza es lo que
se necesita para seguir verdaderamente al Señor, y seguirlo desde nuestra
situación, sin quejas ni miramientos, son disconformidades ni egoísmos. Sólo
ella supo encontrar en medio de su preocupación de mujer el cómo responder a la
voluntad de Dios que la llamaba a ser Madre de su Hijo. Su espera tuvo el fruto
suficiente para que de allí nazca una nueva vida, que brota de su seno y que
nos anima a luchar contra toda desesperanza en nuestros días. Sólo en Jesús
presente y cercano, podemos ver también a María presente y cercana, nunca
ausente, sino mas bien junto al pueblo de Dios que sigue intentando como ayer
decir con fe y esperanza: ‘Nosotros
haremos todo lo que el Señor ha dicho’ (Ex 19, 8; 24, 3. 7).
Ambas actitudes de María, la fe y
esperanza reflejan hoy todo un sentir de la Iglesia [en especial con la
presencia del Papa Francisco en medio de nosotros], de ver el concilio Vaticano
II al referirse que María “conserva
virginalmente la fe íntegra, la esperanza firme y el amor sincero”[18].
María se convierte así en la figura de una Iglesia que quiere hallar en estas
actitudes una nueva manera de vivir la vida cristiana, con una mirada atenta a
la fe y la esperanza del pueblo de Dios, que lucha y quiere perseverar en la
fidelidad y que a la vez nos enseña a enfrentar la desesperación y la duda que
quieren apartarnos del camino del Señor. Tanto ayer como hoy María sigue siendo
la perfecta imagen de este pueblo creyente de Dios: “Así como lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús, ahora se
compadece del sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este
mundo arrasadas por el poder humano” (LS 214).
Ser discípulos
como María:
Es una realidad y un hecho que todo lo
que llevó a María a contribuir con el Plan de Dios se transforma en la manera
más singular de seguimiento y respuesta a la voluntad divina, y al llamado que
Dios hace todos los días, a ser cooperadores de este Plan que se sigue llevando
a cabo todos los días, un plan de acción y de amor que se ve realizado en la
humanidad a través de la Iglesia que está llamada a responder a los cambios que
el mundo vive y se enfrenta; “María encarna en primera persona la definición
del discípulo del Señor”[19].
Y la encarna de la manera más ejemplar y eficaz, por su respuesta decidida y
arriesgada, una respuesta a una llamada que Dios le hace libremente sin previo
aviso, porque Dios llama a quien quiere, en cualquier momento, a cualquier hora
y a cualquier edad.
La llamada sigue vigente hoy en
América Latina y en todo el mundo, a muchos hombres y mujeres que como María
están en la espera del Señor, que vendrá, pero a la vez invita hoy a actuar
frente a las vicisitudes de la vida, incluso todavía, Dios nos invita a actuar
en medio de la zozobra y de la discordia que el mundo ofrece con rostros
encantadores pero llenos de mentira y falsedad. María nos enseña a leer la
palabra del Señor en el acontecer diario del pueblo de Dios y en concreto de
los pobres y desamparados con nuevos rostros frente a nosotros. María nos
enseña a ser discípulos de Cristo en el hermano y hermana, en el pobre, en la
ciudad como el campo, nos enseña a responder a la vocación a la que estamos
llamados, pero con una respuesta libre, con fe y esperanza, sin miedo ni
vacilación. María nos enseña a ser verdaderos discípulos y discípulas de su
Hijo, porque como dijo Jesús: ‘Quien
cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’ (Mc
3, 35). “Ella no solo guarda en su corazón
toda la vida de Jesús, que ‘conservaba’ cuidadosamente (cf. Lc 2,19.51), sino
que también comprende ahora el sentido de todas las cosas. Por eso podemos
pedirle que nos ayude a mirar este mundo con ojos más sabios” (LS 241).
Seguir a Jesús es hoy todo un desafío
pero a la vez todo un recorrido tipo aventura, como María que supo recorrer
tras los pasos de su Hijo y llegar incluso hasta la Cruz, porque el discipulado
fiel es hasta la Cruz. María nos enseña a luchar contra todo tipo de individualismo
e incluso falso seguimiento. María nos enseña la radical manera de seguir a su
Hijo, sin mirar atrás, con convicción de fe, con radicalismo en medio de los
conflictos, y también, con esperanza en medio de lo vacío que puede ser dejarse
arrastrar por el mundo que eclipsa de Dios e incluso lo quiere relativizar.
Si seguir a Jesús, hombre radical por
el Reino de Dios, es incluso negarse a nuestros propios planes, entonces,
tenemos a María, mujer radical que supo decir fiat a Dios en medio de actitudes éticas y religiosas de su tiempo.
Decir fiat a Jesús como lo hizo María
a Dios, es la manera más ejemplar de ser discípulos del Hijo de Dios. “El ‘sí’ de María a Dios (es) su respuesta
vocacional”[20].
Actuar en
libertad plena:
Con el uso correcto de su inteligencia
y su voluntad, supo María con madurez responder al Plan de Dios: “fiat mihi”, describe esta aceptación
libre y plena. Es una madurez integral de su ser y su persona ante Dios y ante
la sociedad no es ante la ley ni las normas, es ante la Palabra que la invita a
aceptar libremente la voluntad de Dios. Ella asume con su vida las
consecuencias de su respuesta, no desea incluso involucrar a otros, podríamos
pensar en base a los textos bíblicos, que por eso le fue dura la confrontación
posible que pudo tener con su prometido José, al querer comunicarle este Plan
de Dios que ella misma había aceptado.
Es probable que se haya enfrentado a
una posible respuesta muy humana de parte de José, pero Dios tiene sus caminos
y sus propósitos, y supo comunicar a José su voluntad divina, ‘no temas tomar contigo a María tu mujer…’
(cf. Mt 1, 20), y a pesar de esta crisis Dios lo mantuvo fiel con María a que
se cumpla el designio salvador por medio de ellos. “Junto con ella, en la familia santa de Nazaret, se destaca la figura
de san José. Él cuidó y defendió a María y a Jesús con su trabajo y su
presencia generosa, y los liberó de la violencia de los injustos llevándolos a
Egipto […] de su figura emerge también una gran ternura, que no es propia de
los débiles sino de los verdaderamente fuertes, atentos a la realidad para amar
y servir humildemente” (LS 242).
De allí que las palabras de María ‘fiat mihi secundum verbum tuum’, “es el
testimonio más preciso y más profundo de realización en libertad que hallamos
en toda la Escritura (prescindiendo ahora de Jesús)… María se pone totalmente
en las manos de Dios (como sierva) porque se descubre en Dios perfectamente libre;
así realiza su obra más perfecta, es creadora de sí misma… María mantiene la
mirada, y manteniéndola, en un gesto de amor y transparencia, responde ante el
misterio de Dios diciendo en plena libertad: ‘he aquí la sierva del Señor (cf.
Lc 1, 38)”[21]. Nos queda
a nosotros y nosotras aprender de esta respuesta y comenzar la aplicación en
nuestras vidas.
Poner nuestra
fe y esperanza en Dios:
Esta última parte como que encierra
todo lo que anteriormente se ha visto, comenzando por situar el hecho en sí
dentro de la economía de la salvación. Luego pasando por las actitudes
esenciales de María frente a este Plan divino y ahora, en unas pocas palabras,
lo que podemos aprender de estas actitudes.
Una reflexión como esta, que intenta
desde la teología considerar las virtudes teologales de fe y esperanza en el
plano del amor, visto todo esto dentro de la economía de la salvación, aspira
con humildad a encontrar en la persona de María, mujer, madre y amiga, el
prototipo de creyente y seguidora fiel de Jesús de Nazaret, el resucitado que
se presentó a los doce y los envió a anunciar la noticia del Reino a todos y
todas. Ella con su fiat nos
habilitará en medio de este misterio a poder responder como ella a la voluntad
divina; una voluntad humana y divina se encuentran para poder discernir cómo
actuar y responder a la Palabra viva y eficaz, Jesucristo el Señor.
En América Latina, vivimos ese espacio
abierto de manifestar la fe y devoción a la Madre de Dios, una devoción que se
caracteriza por crecer en el corazón de las personas y de los pueblos, ese
cariño y aprecio a María Madre de América Latina, en sus variadas expresiones: Nuestra
Señora de Guadalupe, la Virgen del Carmen, la Virgen de Copacabana, la Virgen
de Chapi, la Virgen de la Caridad del Cobre, la Virgen del Socavón, la Virgen
de Caacupé, la Inmaculada Concepción, la Asunta, etc. y cuantas más
advocaciones por la cual la fe y esperanza del pueblo de Dios deposita en
María. Una religiosidad popular que cree y manifiesta su amor, su fe y su
esperanza en aquella que supo decir fiat.
Hemos de mantener como lo hizo María “desde
el comienzo una actitud de servicio, obediencia y disponibilidad al Misterio de
su Hijo”[22]
María con su fiat, nos educará en la fe y en la esperanza a saber actuar frente
a los ‘elegidos por Dios’, como hizo el pueblo ante Moisés y ante Aarón y
otros, cuando necesitaban lo elemental para vivir, y no lo que se pueda. Si
esto es así, Dios nos seguirá educando pero ya no en medio del sufrimiento ni
la desolación, sino en medio de la fe y de la esperanza, porque si lo supo
hacer con María, creemos que lo sigue haciendo con otros y otras, y lo seguirá
haciendo poco a poco con todos y todas, para experimentar así las mismas
palabras de María que brotaron desde su interior, desde su realidad: “HÁGASE
EN MI SEGÚN TU PALABRA”.
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del Nuevo Testamento, San Pablo, Madrid, 1996.
[1] A. Sierra, María, en Nuevo Diccionario de teología Bíblica,
Edic. Paulinas, Madrid, 1990, p. 1121-1122.
[2] Ibid.
[3] I. de la Potterie, María,
en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica,
op. cit., p. 1139.
[4] Puebla, 287.
[5] S. Rosso, Adviento, en Nuevo Diccionario de Mariología, Edic.
Paulinas, Madrid, 1988, p. 45-46.
[6] AA. VV., Diccionario
enciclopédico de la Biblia, Herder, Barcelona, 1993, p. 970.
[7] A. Amato, Espíritu Santo,
en Nuevo Diccionario de Mariología,
op. cit., p. 708.
[8] Ibid.
[9] X. Pikaza, Amiga de Dios.
Mensaje mariano del Nuevo Testamento,
San Pablo, Madrid, 1996, p. 16.
[10] Ibid., p. 191.
[11] AA.VV., María en el Nuevo
Testamento, Sígueme, Salamanca, 1982, p. 111.
[12] A. Serra, María, en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica,
op. cit., p. 1122.
[13] S. Cipriano, Creyente, en
Nuevo Diccionario de Mariología, op.
cit., p. 514.
[14] X. Pikaza, Amiga de Dios,
op. cit., p. 17.
[15] AA.VV., Comentario Bíblico
Internacional. Comentario Católico y ecuménico para el siglo XXI, Verbo
Divino, Navarra, 2000, p. 1249.
[16] A. Serra, María, en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica,
op. cit., p. 1123.
[17] X. Pikaza, Amiga de Dios, op. cit., p. 191.
[18] Lumen Gentium, 64.
[19] A. Amato, Jesucristo, en Nuevo Diccionario de Mariología, op.
cit., p. 964.
[20] J. Monforte, Esposa del
Espíritu Santo, EUNSA, Pamplona, 1998, p. 66.
[21] X. Pikaza, Libertad, en Nuevo Diccionario de Mariología, op.
cit., p. 1064-1065.
[22] J. C. R. García P., Mariología,
BAC, Madrid, 1995, p. 90.