P. TEMPIER: COMO LA PRIMERA VEZ...,
VEN AL LADO DE EUGENIO
VEN AL LADO DE EUGENIO
Esta Pascua tiene un tinte muy
especial en mi vida oblata. Los oblatos que formamos la comunidad de Padres
Estudiantes en Roma nos decidimos vivir juntos una experiencia nueva en
nuestras vidas. Visitar Aix-en-Provenza en Francia. Esto significaba estar en
la Casa Fundacional Oblata. El mismo lugar donde empezó la vida oblata, el
carisma oblato, la vida comunitaria oblata como un don para la Iglesia.
En este contexto del Bicentenario
de la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, el poder
hacer un peregrinaje a este lugar santo, me ha permitido empezar a reflexionar
más sobre los inicios de esta experiencia que empezaron juntos cinco jóvenes
sacerdotes en una pequeña casa, fundando una nueva familia. Una nueva Sociedad
que ha empezado a soñar con llevar la Palabra de Dios a los más pobres. Una
familia religiosa que asume el valor de la caridad como eje fundamental de la
vida común. Como escribía P. Tempier unos meses atrás: “la caridad es el perno sobre
la cual rota toda nuestra existencia”.
Realmente estar en estas pequeñas
habitaciones donde, para los oblatos, todo empezó era como experimentar esta
mística que permanece y se siente en las paredes de este lugar. En mi mente daban
muchas vueltas dos preguntas claves: ¿Cómo lo hicieron, si eran muy jóvenes los
sacerdotes que empezaron toda esta locura de dejarlo todo y vivir juntos? Y la
otra pregunta se la quería hacer – con un cierto atrevimiento – en plena tumba
donde reposa a nuestro Fundador: ¿Y qué hace en Paris tu gran amigo Henri
Tempier, no debería estar junto a ti?
Son muchos los escritos que hablan de San Eugenio
de Mazenod. Sus cartas e incluso los contenidos de sus escritos espirituales son
muy profundos. Cuando leo sus cartas, sobre todo aquellas dirigidas a su “muy
querido amigo y buen hermano” Henri Tempier, comienzo a reflexionar cuanto bien
ha significado para la vida de este santo, la vida de otro santo. Me atrevo ha afirmar esto porque pienso que solamente dos hombres: uno apasionado por la
misión y el otro apasionado por la vida comunitaria han podido juntos unir estas
pasiones para dirigirlas a Cristo en la búsqueda de la perfección consagrándose
a Dios para el servicio de los pobres.
Para poder entender como el
Espíritu había llenado de ardor, desde el primer momento, los corazones de San Eugenio
de Mazenod y Henri Tempier, quiero empezar a releer los primeros escritos
espirituales de San Eugenio de Mazenod. Era mayo de 1818, Eugenio sentía la
necesidad de un retiro en medio de tantas y excesivas ocupaciones que tenía. En
este tiempo este joven sacerdote tenía 36 años y su amigo tenía 30, osea eran
completamente jóvenes cuando empezaron a vivir en medio de las
responsabilidades la aventura de sacar adelante una Sociedad que nacía para evangelizar
a los pobres. En este escrito se ve claramente cómo era el carácter fuerte que
tenía Eugenio, y seguro me permite pensar este escrito, que el carácter de
Tempier era perfecto sobre todo para saber cómo soportar este fuego que ardía
en el corazón del Fundador. Un fuego que muchas veces quemaba y quien lo
conocía bien tendría que saber cómo recoger este calor que es fuerte cada vez.
En este retiro de fines de abril e
inicios de mayo de 1818 Eugenio escribía:
“Ya era tiempo de que pensara en librarme de este cúmulo innumerable de
ocupaciones de todas clases que me abruman espiritual y corporalmente para
venir al retiro a ocuparme seriamente del asunto de mi salvación repasando
exactamente todas mis acciones para juzgarlas severamente […] La necesidad era
urgente pues mi espíritu es tan limitado y mi corazón está tan vacío de Dios que
los cuidados externos de mi ministerio, que me lanzan a una continua
dependencia de los otros, me preocupan tanto que he llegado al punto de no tener nada de aquel espíritu interior
que antes constituía mi consuelo y mi dicha, aunque nunca lo he poseído más que
imperfectamente a causa de mis infidelidades y de mi constante imperfección. Ya
no actúo más que como una máquina en todo lo que me atañe personalmente. Parece
que ya no soy capaz de pensar en cuanto tengo que ocuparme de mi mismo. Si es
así ¿qué bien puedo hacer a los otros? De este modo se mezclan mis
imperfecciones en mis relaciones habituales con el prójimo que tal vez me hacen
perder todo el mérito de una vida que está del todo consagrada a su servicio […]
Hoy, con la ayuda de Dios, voy a trabajar con empeño en poner tal orden
en mis acciones que cada cosa vuelva a ocupar su sitio a fin de que la caridad
con el prójimo no me haga fallar a la que me debo a mí mismo, con mayor razón
cuando el mejor medio para ser de veras útil al prójimo será sin duda trabajar
mucho sobre mí mismo.
Mi estado me causa horror. Parece que no amo a Dios más que por capricho.
Por lo demás, rezo mal, medito mal, me preparo mal para la misa, la digo mal y
hago mal la acción de gracias; siento en todo una especie de repugnancia para
recogerme por más que haya hecho la experiencia de que, tras haber superado esa
primera dificultad, disfruto de la presencia de Dios. Todos estos desórdenes
provienen, según pienso, de que estoy demasiado entregado a las obras
exteriores y también de que no pongo bastante cuidado en hacerlas con gran
pureza de corazón […]
Los asuntos y los estorbos, lejos de disminuir no han hecho más que
aumentar desde entonces y, por no haber releído los buenos propósitos que la
gracia me ha inspirado, no los he puesto en práctica. Por eso echo de menos en
mí esa dulce seguridad que está bien expresada en aquellas reflexiones que he
releído dos veces con verdadero placer.
El estado en que he caído es extraordinario y exige un remedio rápido. Es
una apatía absoluta para todo lo que me concierne directamente; parece que
cuando tengo que pasar del servicio al prójimo a la consideración de mí mismo,
parece, digo, que ya no tengo fuerzas, que estoy completamente agotado, seco,
incapaz hasta de pensar.
Me arrepiento de esta fatal disposición aun en este momento, nunca he
sentido tantas dificultades ni se me ha hecho tan costoso recogerme, entrar en
mí mismo, pensar en las verdades eternas, etc. […] Por eso es preciso regular
de modo definitivo, firme y eficaz las acciones principales de las que nunca
más debo dispensarme bajo ningún pretexto”.
Realmente, este pequeño ejemplo me
motiva a reflexionar mucho sobre la vida de un sacerdote. Una vida que necesita
de la comunidad, del hermano, del compañero para que sea llevadera. Realmente
es una locura seguir al Señor Jesús cuando el corazón está lleno de tantas
cosas que se enfrentan entre sí. Solo una vida profunda, una vida convencida de
la misericordia de Dios es capaz de reconocer la necesidad de hacer un alto y
de reflexionar, meditar y poner en orden las cosas.
La Sociedad que había nacido
necesitaba de hombres coraje, de hombres simples o de simplemente hombres que
ardan en deseos de perfección. Ambos habían empezado juntos un programa de vida.
El maestro espiritual y el discípulo compartían el mismo espíritu: el amor a
Dios, el bien de la Iglesia y la necesidad de instruir a la gente y de
conducirla a la conversión, así como la importancia de tener sacerdotes santos.
Por un lado, un Eugenio que ardía como una llama de fuego, y por el otro, un
paciente Henri que empezó a aprender a “soportar” los fuertes movimientos que
porta el Espíritu en el corazón de quien desea que ese fuego nunca se extinga,
sino más bien siga ardiendo.
Por esto quiero detenerme aquí,
porque así como he aprendido a conocer a San Eugenio de Mazenod quiero aprender
y profundizar más la vida de “Nuestro Segundo Padre” en la congregación. Es lo
justo. Es lo mínimo que puedo empezar a reflexionar, porque así como la vida de
Eugenio apasiona cuando se piensa en la misión, la vida de Tempier apasiona
cuando se piensa en la vida comunitaria oblata. Un oblato siempre necesita de
otro oblato en la vida concreta de un consagrado, más aún en la misión.
Henri Tempier es un ejemplo y
seguirá siendo un ejemplo para nosotros los oblatos. Supo de primera mano
conocer de cerca al fundador, supo aguantarlo. Un carácter intenso no es fácil
de sobrellevar en la vida comunitaria. Las afirmaciones fuertes de San Eugenio de
Mazenod necesitaban un primer receptor que sepa muy bien que decir, que
aconsejar, que palabras usar. Hoy se llama a todo esto: ser asertivo. Recuerdo
cuando Eugenio le escribió a Tempier esa carta del 12 de agosto de 1817 que
decía con voz fuerte: “Los sacerdotes
viciosos o malos son la plaga de la Iglesia”, en alusión a la formación que
necesitaban los primeros novicios de la congregación, que por cierto es una de
tantas cartas que expresan muy bien ese corazón que caracterizaba a Eugenio.
Hoy es 09 de abril, y quiero
recordar por medio de este escrito, a nuestro querido padre Henri de Paula
Tempier, OMI. Un día como hoy murió el año 1870. Un profundo agradecimiento a
Dios por el testimonio de este oblato. Como decía el P. José Fabre, OMI, en una
Nota Necrológica hablando del P. Tempier. “Sólo
Dios conoce lo que el P. Tempier ha realizado […] No cabía equívoco sobre la
sinceridad y la pureza de sus intenciones. Inflexible en cuanto al deber, era
siempre conciliador en cuanto a las circunstancias. Y cuando se veía obligado a
actuar con rigor, se reconocía, por encima de su autoridad, la autoridad
de la conciencia
a la que obedecía ... Nuestro
Fundador y el P.
Tempier han seguido
la misma conducta..., siempre el P. Tempier ha
conservado la calma del hombre perfecto, la intrepidez de la conciencia
cristiana y la abnegación heroica que el sacerdote según el corazón de Dios
saca de las luces de la fe y de las inspiraciones de la piedad. No temió
exponerse a las injusticias de la opinión ni desafiar las pasiones populares”.
Otro testimonio
que podemos recordar está escrito en el año 1892
por el Obispo Payan d’ Augery, biógrafo de la fundadora de las religiosas
Víctimas del Sagrado Corazón. Cuando escribía refiriéndose a él:
En estos 200 años de la Congregación nos queda no solo agradecer
a Dios por la vida de estos dos hombres que marcaron un estilo propio de vivir
la comunidad, de ser misioneros, de trabajar juntos, de compartir y dar amor,
sino también de retomar estos ejemplos que nos pueden ayudar a seguir creciendo,
primero como personas, como oblatos en comunidad y en la misión. Que vivir en
comunidad, siendo completamente diferentes, es una riqueza que matiza la vida
religiosa.
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