Reencuentro
de familias separadas por la barbarie del caucho: Abriendo el canasto de la
abundancia
#ETNOCIDIOCAUCHERO
Miércoles, 17 de
Octubre de 2012 20:52
Por Alberto Chirif y
Manuel Cornejo Chaparro*
Apertura de la canasta de la abundancia o la yuca dulce.
(Foto: Roberto Carrasco)
En La Chorrera, poblado localizado en el departamento de
Amazonas, Colombia, se realizó, entre el 6 y el 12 de octubre pasado, un
importante evento que congregó a familias de los pueblos afectados por la
barbarie cauchera hace un siglo y que hoy habitan en tres países:
Colombia, donde se encuentra la mayoría de ellos, Perú y
Brasil, este último con solo dos comunidades pequeñas.
La Chorrera se ubica a orillas del río Igaraparaná, afluente
del Putumayo por la margen izquierda, y debe su nombre a los chorros o cascadas
que se forman en el río justo antes del poblado. Un estrechamiento del río que
rompe una formación rocosa del escudo colombiano convierte al tranquilo
Igaraparaná en una corriente turbulenta y constituye una barrera para la navegación.
Al salir del angosto cañón, el río forma un extenso remanso que le da a uno la
sensación de estar frente a una laguna. Sobre la orilla derecha de este remanso
se yergue la casa de la que fuera una de las estaciones más siniestras de la
Peruvian Amazon Company, empresa que tuvo como gerente a Julio César Arana, al
inicio solo un anónimo comerciantes de sombreros de Rioja (San Martín) pero que
llegó a convertirse en uno de los hombre más ricos de Loreto, comerciando
caucho conseguido con el trabajo esclavo de miles de indígenas de los pueblos
Huitoto (o Uitoto), Bora, Ocaina, Nonuya, Andoque, Resígaro y otros.
La empresa cauchera tuvo dos grandes estaciones de las
cuales dependieron una serie de puestos más pequeños. Ellas fueron La Chorrera,
cuyo gerente fue el colombiano Víctor Macedo, y la otra El Encanto, en el río
Caraparaná, también afluente del Putumayo por su margen izquierda, que estuvo a
cargo del peruano Miguel Loayza.
Las atrocidades de esta etapa han sido denunciadas en
documentos escritos por los jueces peruanos que llevaron a cabo el juicio
contra los caucheros: Carlos Valcárcel (El Proceso del Putumayo, editado en
1915 y reeditado en 2005) y Rómulo Paredes (dos informes realizados para el
gobierno peruano que han sido publicados en 2009 en el libro Imaginario e
Imágenes en la Época del Caucho); y también por el cónsul británico Roger
Casement, quien fue encargado por su gobierno para investigar la veracidad de
las denuncia llegadas a Londres, considerando que desde 1907 la empresa había sido
registrada en es ciudad, y contaba entre su personal con súbditos británicos,
tanto directivos como capataces traídos de la isla caribeña de Barbados, que se
mantuvo en condición de colonia inglesa hasta la década de 1970.
Sin embargo, la primera denuncia contra los caucheros fue
realizada por el periodista peruano Benjamín Saldaña Roca, en 1907, en dos
diarios que él dirigía en Iquitos: La Sanción y La Felpa. Sobre esa base, él
presentó una acusación formal ante la Corte Superior de Iquitos. El poder de
Arana, que en 1902 había sido elegido alcalde de la ciudad y un año más tarde
ocupaba la presidencia de la Cámara de Comercio, bloquearon el proceso. No
obstante los esfuerzos de Saldaña Roca no fueron en vano y, dos años más tarde,
el ingeniero estadounidense Walter Hardenburg llevó a Londres las denuncias
aparecidas en los mencionados diarios y los presentó ante la Sociedad
Antiesclavista. El objetivo de difundir las atrocidades fue alcanzado cuando el
diario londinense The Truth las publicó en primera plana. Esto obligó al
gobierno peruano a reabrir el juicio que se encontraba detenido por las
presiones ante la Corte Superior de Iquitos ejercida por la empresa Peruvian
Amazon Company; y al gobierno británico a hacer lo mismo.
En ese contexto aparecieron los dos jueces antes nombrados,
Carlos Valcárcel y Rómulo Paredes, el primero como titular y el segundo como
alterno cuando Valcárcel enfermó de beriberi. Fue este último quien viajó a la
zona de extracción en 1911 y visitó las estaciones y puestos caucheros,
entrevistando a los jefes, capataces e indígenas que trabajaban en ellas.
Paralelamente, el Parlamento Británico abrió una investigación a la empresa y
envió a la zona a su cónsul Roger Casement que por entonces desempeñaba
funciones diplomáticas en Río de Janeiro. Su informe y otros documentos
consulares vinculados con el caso fueron publicados en The Blue Book, libro de
circulación restringida en la medida que solo se difundió entre algunas
legaciones diplomáticas y gobiernos involucrados en el caso. Una edición en
castellano de esta obra acaba de aparecer este año 2012, en coedición entre el
Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA) y el Centro
Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP), con el nombre de El
Libro Azul.
El resultado de los años de barbarie cauchera fue la
disminución poblacional de los pueblos afectados, ya que se calcula que fueron
miles las muertes por asesinato, maltrato y desnutrición; las huellas dejadas
en la gente por la tortura y los años de terror; y la desarticulación de los
clanes como unidades fundamentales de su organización, tanto a consecuencia de
los crímenes como del traslado hacia el Perú, entre 1923 y 1930, de indígenas
sobrevivientes de las estaciones caucheras, por parte de ex patrones de la
Peruvian Amazon Company que entró en liquidación el 30 de agosto de 1911. Al
comienzo, la gente fue llevada a la margen derecha del Putumayo y luego, por el
conflicto bélico entre Colombia y Perú, hacia otros ríos situados en el
interior de Loreto.
La Chorrera hoy
Luego de años de decadencia, la casa que la empresa
construyó en La Chorrera, así como el llamado Predio Putumayo, inmensa
extensión de casi seis millones de hectáreas, fueron tomados por la Caja
Agraria de Colombia quien pensó convertirlo en un lugar para inversiones
agropecuarias. En ese contexto ella comenzó a refaccionar la casa, de la cual
por entonces solo se conservaba parte de los muros originales de piedra que se
hallaban invadidos por las hierbas.
No obstante, los tiempos habían cambiado y los indígenas,
organizados en asociaciones diversas, comenzaron a ejercer presiones para que
el predio les fuera reconocido como lo que correspondía: su territorio
tradicional. En 1988, el entonces presidente de Colombia Virgilio Barco entregó
formalmente el predio a manos de los indígenas en calidad de resguardo, es
decir, de tierras propiedad de los indígenas. La Caja Agraria mantuvo
inicialmente una parte del predio de 800 hectáreas, donde se encuentra la casa,
pero nuevas presiones de los indígenas dieron como resultado que el gobierno
les reconociera también la propiedad de esta área.
Una vez refaccionada la casa y construidos nuevos edificios
en su entorno, se constituyó como sede de “La Casa del Conocimiento”. Las
organizaciones indígenas se precian de haber convertido un lugar de muerte y
sufrimiento en uno de estudio y esperanza. En el mismo sentido, en lo que
fueron los calabozos de la empresa, lugar de sufrimiento de los ancestros, hoy
día se almacenan los alimentos que dan vida a los estudiantes y profesores de
los centros de estudios. La casa alberga un colegio primario y secundario,
cuyos profesores son todos indígenas formados en universidades del país, así
como un programa de formación universitaria, que funciona en convenio entre la
Asociación Zonal Indígena de Cabildos y Autoridades Tradicionales de La
Chorrera (Azicatch) y la Universidad Pedagógica de Colombia. Allí una veintena
de jóvenes de ambos sexos siguen la carrera de biología.
Abriendo el canasto de la abundancia
El evento fue titulado “El grito de los hijos de la coca,
del tabaco y la yuca dulce”. Tanto la coca como el tabaco son productos
fundamentales de la cultura de los diversos pueblos indígenas que comparten el
resguardo Predio Putumayo, así como de sus paisanos que fueron llevados al
Perú, principalmente al río Ampiyacu, y a Brasil. Con la coca y el tabaco, se
enseña los valores éticos que deben guiar la vida de las personas, a través de
largas sesiones en la maloca, centro ceremonial que representa el Universo, donde
se trasmite la palabra tradicional. La yuca dulce, por su parte, simboliza a la
mujer y es un elemento fundamental para el equilibrio social.
Desde antes del evento, dos artistas huitotos del Perú,
Santiago Yahuarcani y Rember Yahuarcani, padre e hijo, trabajaron durante tres
semanas un gran mural de aproximadamente 10 x 4 metros, titulado “El grito de
los hijos de la coca, el tabaco y la yuca dulce”. Para esto, previamente se
reunieron con líderes tradicionales que debatieron sobre cuál debiera ser el
contenido y significado del mural. El resultado da cuenta, en una secuencia que
va de izquierda a derecha, del tránsito seguido por las sociedades indígenas de
la región desde un estado de paz a uno de violencia, terror y muerte generado
por los caucheros y, finalmente, a un futuro en el cual recuperan su libertad y
la abundancia que las caracterizó. A los artistas Santiago y Rember Yahuarcani
los organizadores del evento les dijeron: “el mural que plasmaron en nuestra
institución educativa […] quedará aquí como memoria, como legado, como raíz y
como esperanza. Esta es su cuna, este es su territorio, ustedes hacen parte de
nosotros porque llevan nuestra propia sangre. Gracias por hacer visible este
grito de dolor y de esperanza”.
En el día central del evento, en el que llegaron
representantes del Estado y de diversas instituciones civiles y religiosas,
varias delegaciones indígenas danzaron y cantaron en el patio central ubicado
frente a la “Casa del Conocimiento”. Simbólicamente, además, taparon el canasto
de la tristeza, con lo cual quisieron significar que ponían fin a los trágicos
recuerdos de la época del caucho, y destaparon el canasto de la abundancia,
“monifue” en lengua huitota, pleno de frutos, que es lo que debe guiar su vida
en adelante.
Pusieron también énfasis en la necesidad de buscar
soluciones a la división de sus pueblos en tres países diferentes. Señalaron:
“Es un clamor de los aquí presentes para que se gestionen acuerdos
trinacionales: Colombia, Brasil y Perú para seguir encontrándonos como pueblos
y reconstruyendo el tejido social que fue roto por causa de la cauchería”.
Por parte del gobierno colombiano estuvieron e hicieron uso
de la palabra la Sra. Ángela Robledo, de la Cámara de Representante; el Sr.
César Vergara, de la Unidad de Víctimas de la Presidencia de la República; el
Sr. Gabriel Muyuy Jacanamijoy, Consejero Presidencial y director del Programa
Presidencial para Pueblos indígenas; el Sr. Gonzalo Sánchez, del Centro de
Memoria Histórica; y la Sra. Luisa Fernanda Acosta, del Ministerio de Cultura.
De las otras instituciones que participaron en el evento hablaron el Sr. Tood
Howland, representante del Alto Comisionado sobre Derechos Humanos de la ONU;
el Nuncio Apostólico, Monseñor Aldo Cavalli; y el Sr. John Deew, embajador de
Gran Bretaña en Colombia. Todas esas personas dirigieron su palabra a las
autoridades indígenas tradicionales presentes, así como a los moradores de
diversas comunidades asistentes a la reunión.
Representantes indígenas de las asociaciones que organizaron
el evento leyeron las cartas enviadas por el Papa Benedicto XVI y por el
presidente de la República de Colombia, Sr. Juan Manuel Santos. El Papa en su
carta dirigida “a los indígenas colombianos”, se refiere al centenario de la
encíclica Lacrimabili statu indorum, firmada el 7 de junio de 1912 por el
entonces Papa, hoy san Pio X, que fuera motivada precisamente por las
atrocidades cometidas por los caucheros en el Putumayo.
Por su parte, el presidente de Colombia, previa disculpa por
no asistir al encuentro debido a razones de salud, recordó el etnocidio y
genocidio cometidos por los caucheros, y “en nombre del Estado colombiano, a
las comunidades de los pueblos Huitotos, bora, Okaina, Muinane, Andoque, Nonuya,
Miraña, Yukuna y Matapí, a todos pido perdón por sus muertos, por sus
huérfanos, por sus víctimas en nombre de una empresa, de un gobierno, de un
pretendido "progreso" que no entendió la importancia de salvaguardar
a cada persona y a cada cultura indígena como parte imprescindible de la
sociedad que hoy reconocemos con orgullo como multiétnica y pluricultural”.
Mural de Santiago y Rember Yahuarcani .(Foto: Roberto Carrasco)
Los organizadores cedieron también el uso de la palabra a
los Srs. Manuel Cornejo, del Centro Amazónico de Antropología y Aplicación
Práctica (CAAAP) y Alberto Chirif, consultor independiente. Ambos se refirieron
a la barbarie del caucho y sus consecuencias para las sociedades indígenas, y
leyeron, respectivamente, cartas del Sr. Víctor Isla, presidente del Congreso
Nacional, y del Sr. Luis Peirano, ministro del Cultura del Perú.
El presidente del Congreso recordó que en un evento
realizado días antes, “Manifesté mi sentido perdón por las miles de muertes de
hermanos y hermanas indígenas del Putumayo que no supimos socorrer en su
momento” añadió: “A las autoridades colombianas les expreso mi intención de
crear puentes entre nuestros Estados para construir un nuevo escenario para
nuestro pueblos indígenas”.
Por su parte, el ministro de Cultura indicó la necesidad de
aprovechar la ocasión para “honrar a todas y todos aquellos hermanos indígenas
que padecieron a causa de la fiebre del caucho” y enfatizó: “Nos toca pedir de
corazón, como peruanos y peruanas, perdón por todo el sufrimiento que como
sociedad, como país, no fuimos capaces de evitar”.
No cabe duda que se trata de un evento histórico que marca
un hito fundamental en el desarrollo de sociedades que fueron afectadas por la
barbarie desatada por la ambición de los caucheros. Para ellas, cerrar el
canasto de la tristeza y abrir el de la abundancia no es una expresión vana de
retórica, sino manifestación de una voluntad para trabajar desde el presente en
la continua construcción del futuro.
Destaca la presencia en el evento de importante delegados
institucionales, pero sobre todo resalta la coincidencia por tres altos
funcionarios de Colombia y Perú de pedir perdón por los actos del pasado.
Es entonces momento de elaborar propuestas y de exigir que
se lleven a la práctica, a fin de que los pedidos de perdón no queden como
actos de cortesía formal sino que constituyan auténtica expresión de voluntad
política para construir nuestros países como lo que en realidad son: naciones
pluriétnicas y multiculturales.
__
*Alberto Chirif es antropólogo peruano por la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos. Trabaja desde hace 40 años en temas relacionados
a la amazonía, especialmente en el reconocimiento de derechos colectivos de los
pueblos indígenas. Actualmente se desempeña como consultor independiente. Es
autor de libros colectivos, tales como: Marcando Territorio, El Indígena y su
Territorio (con Pedro García Hierro y Richard Ch. Smith) y de diversos
artículos.
Manuel Cornejo Chaparro es investigador del Centro Amazónico
de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP). Ha escrito artículos en diversos
medios, ha publicado con Alberto Chirif, el libro Imaginario e imágenes de la
época del caucho (CAAAP-IWGIA-UCP, 2009), y coeditado con Jean Pierre Chaumeil
y Oscar Espinosa “Por Donde hay Soplo: estudios amazónicos en los países
andinos” (PUCP-IFEA-CAAAP, 2011).
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