“MI AMIGO LEO”
Te bauticé con el nombre de “Leo”, de alas y pecho multicolores, que
el más reconocido artista quisiera poder pintar; tu “voz” era un suave sonido a
mis oídos, aficionado al maní y al pan casero.
Al pasar los años ¡cómo creciste! Hasta decías tu nombre “Leo, Leo, Leo”. Después de muchos
intentos y caídas, aprendiste a volar, que majestuoso te veías en el
firmamento, con tus alas extendidas dando vueltas en el aire, como recordándome
cuál es tu lugar en la naturaleza.
En nuestra localidad todos te conocían, mientras volabas te posabas en
el hombro de los vecinos, pero sobre todo del mío; escuchabas mi voz y
rápidamente ibas a mi encuentro, nos llenabas de alegría y eras todo una
atracción.
A veces no sabía dónde estabas, silbaba fuerte y gritaba “Leo” al
instante oía tu graznido y una vez más como otras veces abrías tus alas
entregándote al viento para llegar a mi lado.
Pero amigo “Leo”, un día con mucha tristeza te tuve que dejar; por ese
rollo de la gente “civilizada”, caminar apurado todo el día, estar en
reuniones, cumplir agendas de trabajo, proyectos, etc., pero teníamos la
promesa de volvernos a encontrar pasada cuatro semanas.
Al fin llegó la fecha esperada, bajé del bote, arrojé en el cuarto mi
equipaje y corrí a buscarte en la puerta de la cocina “Leo, Leo Leo” piuufff
silbaba, pero nada, solo el silencio me respondía.
Caminé por los lugares donde solías descansar, llamaba una y otra vez,
pregunté a los vecinos si te habían visto, me respondían por allá, por acá, por
ahí debe estar.
Comprendí que quizás te habías unido a una bandada de guacamayos al
notar mi ausencia y en tu soledad buscaste compañía, aunque desolado era lo
mejor que pudiera haber pasado.
Sin embargo, escuché horrorizado, días después, algunos comentarios
que destrozaron mi corazón y me llenaron de desesperanza; decían que
posiblemente terminaste cocinado y guisado en una olla. Tu desaparición es un
misterio; a veces cuando voy a dormir al llegar la noche, no puedo evitar
derramar lágrimas recordando nuestra amistad. Tu nombre sigue presente porque en
la cocina “Beto” el otro guacamayo siempre te llama “Leo, Leo, Leo”.
Solo ruego a Dios, poder volvernos a encontrar “más allá”, donde tu
amistad sincera y la mía, sea para toda la eternidad. Hasta siempre, “amigo
Leo”.
Por El Shanti Moreno
(Historia contada por los PP. Roberto Carrasco y Édgar Nolazco OMI, recopilada y adaptada – Santa Clotilde)
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